he visto este fin de semana pasar algo no muy al uso. Algo que otros ya van dejando de lado por parecer de otra época muy lejana ya. He visto a un grupo de ciudadanos, con sus propios coches, usando de su tiempo libre, para difundir lo que ellos creen que es una opción real a lo que en política española está siendo, en mi humilde opinión, un quiste más que una tradición. Ese quiste es la política de los grandes partidos nacionales.
He visto un color diferente al azul o el rojo, un color vivo, actual, un color de siempre, que siempre ha estado ahí, pero lo he visto pasar más fuerte, instalado en sus banderolas, en sus carteles, en sus mensajes gritados al aire desde el salpicadero de ese coche anónimo de ciudadano anónimo.
Unos vecinos les miraban intentado recordar que habían visto esa imagen, ese símbolo, otros lo miraban reconociéndolo y frunciendo el ceño al instante, otros simplemente lo miraban sin molestarse en que su pensamiento dedicara su atención un minuto siquiera a otra cosa que no fuera su propia rutina -aptitud muy respetable por otra parte-.
Y otros, en plural, saludaban el paso de la comitiva, sonreían y saludaban, sin conocer a las personas, pero saludándolas con la sonrisa en la cara por el color que mostraban, por el color que el mensaje simbolizaba.
Desde su/tu/mi ventana los he visto pasar, los he escuchado en la voz de su Rosa, y me ha vuelto a asomar esa sonrisa que tengo desde que soy magenta.
La sonrisa que se va instalar en el Parlamento Europeo el próximo 7 junio, una sonrisa magenta serena, clara y segura.
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