jueves, 30 de abril de 2009

¿Quieres saber adónde vas?

Poca cosa. ¡Pues no es moco de pavo! Ni más ni menos que eso, el sentido de la vida. Por lo que estamos vivos, nuestra razón de ser. Si lo vemos como parte del reino animal que somos, un mamífero más, un ser vivo más, lo único que hacemos es reproducirnos para perpetuar la especie. Y se nos da mejor que a ningún otro bicho viviente, tan bien que, como no tengamos cuidado nos comemos la teta que nos da el sustento y de paso nos zampamos también al resto de bichos que viven aquí con nosotros.

Pero no, no he empezado estás líneas buscando ese sentido a la vida, que está muy claro, ni aún para hacer un alegato ecologista con el que por otra parte estoy muy de acuerdo, bien entendido, como todo.

He empezado estás líneas para ver si saco algo en claro a través de ellas, a ver si le doy respuesta a esa pregunta que nos hacemos como seres pensantes que somos, como seres pensantes que además necesitan, tanto como respirar, saber a dónde se dirigen. Y digo bien, tanto como el respirar, aunque a muchos les parezca exagerado. Los que de nosotros no conseguimos dar con nuestro sentido -cada uno tiene el suyo- podemos respirar, sí, pero no será una respiración plena si no sabemos para qué respiramos. Sobreviviremos respirando sin más, pero cada uno de nosotros sabe en nuestro interior que lo que queremos es vivir, no sobrevivir. Precisamente por eso nos distinguimos del resto del reino animal, es eso y no ya en la inteligencia en sí, por mucho que través de ésta adivinemos, por puro, llamémoslo “instinto racional”, que queremos saber nuestro porqué.

En mi caso lo he tenido claro desde que aprendí a leer. A estos tiernos 32 años me siento afortunada de haber tenido tan diáfano el camino entre la pregunta y la respuesta, y creo que en gran parte por eso mi vida ha sido como ha sido hasta este punto. Lo sigo teniendo igual de claro, ¡menos mal! Aunque las vías para lograrlo han ido variando. Mi sentido primero sigue ahí, y espero conseguirlo, pero sólo lo sabré cuando sea una anciana y haga repaso de mi vida. A él se ha unido otro sentido del que sólo he sido consciente en los últimos años, y que creo que tal vez fuese incluso más importante tratándose de otra persona. Tratándose de mí, ambos tienen que ir unidos para poder llegar al fin de mis días con una sonrisa en los labios. El primero fue escribir, el segundo, por cursi que pueda sonar, es crecer como persona, que no me refiero a madurar (éste último un concepto que lleva a muchos equívocos). Vale, lo de escribir está claro, al menos en principio. Pero lo de crecer como persona... cada cual se pueda referir a una cosa cuando use esas palabras “crecer como persona”.

¿Qué es para mí “crecer como persona”? Muchas cosas que ahora intentaré explicar. Lo paradójico en mi caso es que todas ellas se resumen en un enorme silencio que me llena y me tranquiliza cuando pienso en todo ello. Soy de los que piensan que, cuando ya se ha dicho todo, lo que queda es un enorme silencio que lo engloba todo, en el que no hace falta decir más.

“Muchas cosas que ahora intentaré explicar”:
Respetar a los demás partiendo del respeto a mí misma. Sin lo segundo no puedo llegar a lo primero. Respetar mi espacio, mis ideas, mis principios, mi tiempo, mi dolor, mi alegría, mis ganas de llorar o de reír. Cuando acierto a comprenderme yo o incluso ni eso, tan sólo asumirme y respetarme tal cual soy, con mis virtudes y mis defectos, sin que ello me impida tener voluntad por mejorar, soy capaz de entender, siquiera asumir, a los demás, de ponerme en el lugar de otro y respetar su mundo. Es un elemento sin el cual no podemos aceptar que en este mundo haya contrarios.
Amar. Y lo pongo en segundo lugar porque creo que para el amor no se ahogue es imprescindible haber aprendido lo que es el respeto
No odiar. Y pedir para ese empeño la ayuda de Dios –si a estas alturas no lo sabíais, soy creyente- y la gracia de la vida misma porque he tenido la desgracia de comprobar que lo único que el odio provoca es empobrecerse y sentirse mal consigo mismo antes que con nadie. No aporta nada bueno, nada en absoluto.
Intentar no hacer daño a nadie, o el menos posible, porque, por mucho que lo evitemos, muchas veces, sin quererlo, hacemos daño. Un amor no correspondido es el mejor ejemplo. Quien no se ha enamorado alguna vez sin ser correspondido, o de quien no se han enamorado sin que pudiésemos corresponder al sentimiento por mucho que quisiésemos. Intentar no hacer daño, o el menos posible, a pesar de que ello suponga tomar decisiones difíciles y amargas, por muy buenas que sean.
Tomar conciencia de que el dolor es tan enriquecedor en esta vida nuestra como la felicidad y la alegría, y por supuesto, por mucho que “me duela” reconocerlo es mejor escuela. Es una triste realidad que las personas que han pasado por problemas en la vida, que se han tenido que enfrentar a retos difíciles y no agradables, que lo han pasado mal a fin de cuentas, suelen ser más sabias, más comprensivas, más respetuosas, más pacientes en su trato con los demás.
Tomar igual conciencia de que tratar con gente de todas clases te obliga a abrir la mente, te acostumbra a moverte en todo tipo de círculos y dispensar un trato cordial allí donde te encuentres y con quien te encuentres. Y esto nos lleva de nuevo al respeto. Nos hace ser más respetuosos con nuestros semejantes, porque los vemos de verdad como eso, como semejantes. La palabras dejan de ser palabras para cobrar de verdad sentido en nuestros cerebros y, a la vez, en nuestros corazones. Ambos, en nuestro ser, han de ir unidos.
Valorar el aprendizaje de años, experiencias, relaciones por el cual llegamos a comprender de verdad en nuestro interior cuándo las palabras dejan de ser palabras, cuándo entendemos de verdad nuestras palabras y las de los demás.
Aceptar como Ley de Vida del ser humano que razón y sentimiento han de ir unidos. Sin dicha unión no podemos relacionarnos entre nosotros porque faltamos a nuestra esencia. Nuestra esencia es que somos sociales, nos tenemos que relacionar con otras personas, para amar, para trabajar, para vivir. Pensamos y sentimos para vivir y vivimos para pensar y sentir.
Reconocer que, por muchas facilidades que dé el dinero, llegado a un punto, no da la felicidad. Por muchos bienes materiales que tengamos, muchos capital en el banco, muchas comodidades y lujos, si sufrimos en el amor, sufrimos en la salud, en la familia, en nuestro trabajo no somos felices ni estamos alegres.
Que hay que ir un poco más lejos de topicazo de que el dinero no da la felicidad sin salud y amor. Que sobre todo lo que nos realiza, da sentido humano a cada uno es valorar lo que de bueno se tiene, pensar en todo ello... en definitiva, reflexionar.
Tomar cada día más conciencia de la importancia que tiene comunicarse con los demás, de que es el cauce para descubrirlos a ellos y más que nada, para descubrirse a uno mismo. Que aunque, haya empezado dado valor al silencio, para llegar a ese silencio que lo incluye todo hay que pasar por un proceso de comunicación, de palabras, soltadas al aire o atrapadas en el papel, a lo largo de años, de la vida de cada uno.
Ser capaz de alegrarme por encontrarme donde me encuentro, en este camino mío, en esta mi vida, en el punto justo en el que estoy ahora mismo, aguardando ver con ilusión qué me depara aún el trayecto, valorar que lo importante no es el caminito en sí, sino en cómo lo hagas, y más que nada sonreírme porque no me agobia tener la certeza de que no podré valorar de verdad qué fue mi vida hasta mi últimos días. No me da miedo llegar hasta allí, lo que me da miedo es mirar atrás y no poder sonreír en paz.


Está claro que mi vía preferida es comunicarme atrapando las palabras sobre blanco. A mí me sirve de mucho. Desde aquí sólo desearos mucha suerte a cada cual en su camino, en su aprender. Como veis el recurso del poeta a mi me ha venido al pelo: “Caminante no hay camino... “
¡Buen viaje, compañeros!

Inédito escrito en 2006. Lo que muchos llamarán "paja mental"

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