una minihistoria (hasta el gorro estoy del término microrelato)
Ahora un cuento -como todas las mañanas anuncia el Jardín de los sueños que encandila a mi mitad de dos años-.
Salieron las pobres, exiliadas, a lo brutal del día. Acostumbradas como estaban a la comodidad de su oscuridad, de su cómoda caverna, oscura y húmeda, de su hogar, pues así es su hogar. Salieron la mayoría expulsadas. Solo unas pocas, contadas casi con los dedos de una mano, quedarán en sus aposentos, cumpliendo su labor en lo oscuro de sus galerías hogareñas.
Hoy seguían muchas, tras un día entero de penoso peregrinar en busca del descanso del acabar definitivo, apegadas a ladrillo, amontonadas no se sabe si para darse calor o para defendense de las obreras que buscan sus cuerpos, muertos ya muchos, otros casi, como otro trozo más de alimento que llevar a su hogar, para alimentar al rebaño, a todos.
Es una ley inmutable. Salen a morir y lo saben. Es como ha de ser. No hay justicia ni maldad. Hay naturaleza que asegura la supervivencia del conjunto. Y nada más.
Las simpáticas hormigas aladas invadieron ayer las calles, desorientadas, andando, sin usar esas grandes alas inútiles, buscando cansarse cuanto antes para cuanto antes acabar y cumplir con su ley natural. Obligado cumplimiento. Cumplimiento castrense de todas ellas, sin penas, sin compadecerse de su suerte. La NATURALEZA DE LA SUPERVIVENCIA ¡NATURAL!
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