Sucia, dormida con un chupete que ya no es de su edad, rendida en un carrito que ya no es de su edad.
Poco abrigada, desaliñada, la carita sucia, ladeada de cansancio y durmiendo como si el mundo ya la hubiera aniquilado. Pelo rubido desaliñado, un tanto gordita -eso me ha tranquilizado un segundo-, demasiado mayor para ir en ese carro, a esas horas por pleno centro de Madrid. Demasiado mayor para no estar en la escuela a esas horas. Y un moratón cercando su ojo izq.
La mujer que conducía el carrito era gordita -no me atrevo a decir que fuese su madre-, ojos negros, grandes. Gesto decidido y acostumbrado a vivir con dureza, rostro duro sin cercanía a la ternura que a mí me invadía según miraba a la niña en el carrito.
OJO MORADO, estampa que no me dice nada bueno.... cruzan delante de mí, se cruzan comigo en el semáforo (calle Cedaceros esquina Alcalá), y ¡no me puedo creer que la rutina se imponga tanto! Sigo andando en sentido contrario. Ellas se alejan, y acaricio en el bosillo el teléfono, tentada de llamar a la policía y darles señas de mujer y esa niña.
El ojo morado es de hace días. El ojo morado se lo ha podido hacer jugando, pero, es tan perfecto, alrededor de toda la parte inferior de ojo... y ya se le está pasando... ¡Pero a esa hora no se lleva a un niño, así, de esa manera!... debe estar en la escuela a esas horas, y si no, es que está mala y está en el médico... Mi normalidad me dice que esa niña necesita ayuda... y yo no descuelgo el teléfono. Voy justa al trabajo, son casi las doce, y no quiero llegar tarde... y si no llamo ahora a la policía para que investiguen si necesita ayuda o compruebe si soy una entrometida, si no llamo ahora será tarde... ¡Y NO LLAMO! La puta rutina. ¡Puta cobardía! ¡Puto sentido común que te dice que no puedes arreglar todo lo malo que tiene este mundo!
El puto interrogante de si es que es una madre pobre, que no tiene como mejor llevar a su hija, que vive en alguna chabola y lleva a esa niña como mejor puede y mi llamada a la policía no hará sino complicarle más la situación y también a la niña.
He elegido... he elegido no llamar. Me quedaré con el interrogante de si mi llamada pudo haber mejorado la vida de la niña o de si hice mejor no llamando... me quedaré con esa visión atroz, de su inocencia rendida bajo un ojo morado.
Si esa niña necesitaba ayuda, seré responsable, sin saberlo, de lo que le pase... me pesa ya, aunque no sea así... mi responsabilidad primera era para con ella, para con su infancia, para con su futuro, que es el mío...
¡No podemos ir por la vida chocando con esas realidades e ignorarlas! He elegido no llamar, y debí hacerlo. Hay demasiados tormentos, demasiadas culpas en la vida para buscarse más... esta cobarde que escribe se ha echado uno más a la mochila.